Literatura y edición. "La huella del editor", de Roberto Calasso



Es posible que este libro nunca llegue a publicarse en España. A pesar de la extraordinaria difusión que Anagrama ha hecho de la obra Calasso, quizá esta es la pieza más personal e intransferible del autor. En ella habla de su experiencia en la editorial que dirige, Adelphi, y no siempre trata temas que puedan ser del interés del lector no familiarizado con el mercado editorial italiano. Por este motivo, pretendo que esta reseña tenga reminiscencias de resumen. Que sirva como balizamiento para el lector profano.

Roberto Calasso, ídolo supremo

Sello personalísimo. En España, Adelphi podría reconocerse como una mezcla entre El Acantilado y Atalanta con un toque de la línea más dura de Anagrama. Dicho así, suena más bien psicodélico. Calasso afina muy bien a la hora de expresar qué es Adelphi, y para ello recuerda la intención inicial de su fundador, Roberto Bazlen: "Lo que más le interesaba [a Bazlen] eran los libros que la recién fundada editorial habría de publicar: aquellos libros que él mismo había descubierto a lo largo de los años y que no había logrado colocar nunca en las editoriales con las que había colaborado, desde Bompiani hasta Einaudi. ¿De qué libros se trataba? En rigor, podría tratarse de cualquier cosa. Desde un clásico tibetano (Milarepa) hasta un la obra no policiaca de un maestro de las letras (Simenon); desde una introducción a la etología (El anillo del Rey Salomón) hasta los tratados sobre el teatro del siglo quince". Si nos detenemos a pensar qué criterio rige en esta miscelánea, entenderemos por qué he mencionado a editoriales como El Acantilado o Atalanta. El denominador común que une los libros de Adelphi es un concepto sencillo: Libros únicos.

El ejemplo más claro de lo que es un libro único lo encontramos con el número 1 de la biblioteca Adelphi: La otra parte, de Alfred Kubin (en España publicado por Minotauro en 2003). ¿Por qué único? Se trata de la única novela de un escritor que nunca fue novelista. Kubin lo escribió a lo largo de tres meses en los que se encontró, literalmente, delirando. Nada parecido antes y nada parecido después. Si se hace el ejercicio de abstracción se comprende la esencia del libro único. Por dejarlo claro, existe también la figura del autor único, y esa figura también es del interés de Adelphi. El ejemplo más nítido y reconocible del siglo XX: Kafka.


                                               


Soy particularmente devoto de este tipo de editoriales y en La huella del editor Calasso elabora una radiografía muy precisa de su editorial. La elección no se cifra ya en una línea, en una idea común o un rasgo, sino en la supremacía de la individualidad de cada obra y cada autor. Se trata de una estirpe de editores cuya antigüedad se remonta, por lo menos, hasta finales del siglo XV. Fue Aldo Manuzio el primero en imaginar una editorial en términos de forma (la selección, el orden, el objeto, su unidad). La primera obra de su colección fue publicada en 1499 y supuso toda una declaración de principios. Hypnerotomachia Poliphili, su título. "Batalla de amor en sueños", la traducción. Autor desconocido y obra extrañísima, una suerte de Finnegans Wake medieval, escrito en un italiano híbrido, mezclado con latín, griego, árabe y hebreo; Babel en forma de libro. Pero no sólo debemos fijarnos en su contenido. Muchos expertos lo consideran el libro más hermoso jamás editado, un volumen in-folio ilustrado del que quedan muy pocos ejemplares originales (uno de ellos es propiedad de Calasso).

La grandeza de Manuzio se confirma en el segundo volumen de su colección. Esta vez fue algo más conservador en cuanto al contenido: una edición de las tragedias de Sófocles. Sin embargo, el continente es una vez más una obra de arte. Para este libro seleccionó el formato "parva forma", que sin duda puede reconocerse como el primer libro de bolsillo de la historia de la edición. Paperback, como se suele decir. Si la Hypnerotomachia es un ejemplo de libro único e irrepetible, Sófocles adopta un modelo (inconscientemente, según quiero creer) que ha sido imitado hasta la saciedad y que hoy abarrota nuestras librerías.

Ilustración de la edición de Hypnerotomachia Poliphili original

El texto y el objeto. La conjunción de ambos otorga el poder del prestigio irrevocable. Y eso son El Acantilado y Atalanta hoy, y eso es Adelphi hoy. En efecto, Calasso dedica un buen puñado de páginas al diseño de los libros como objetos, y resulta particularmente interesante su interés por la elección de las portadas (Para no excederme en la reseña debo fijarme en este detalle, pero conviene mencionar que el autor repasa en esta obra todos los aspectos de la creación de un libro). En el caso de Adelphi se escoge una estrategia opuesta a la que, por ejemplo, buscan las editoriales norteamericanas (la mejor portada y el mejor texto con el objetivo único de vender). En ese caso "el resultado son libros a veces feos y a veces brillantes, pero siempre dependientes del mismo factor, y por eso mismo muy parecidos entre sí". Una elección de portada puede regirse también por invertir el proceso de la écfrasis: en lugar de traducir en palabras una obra de arte visual, se traduce en una imagen una obra literaria. Así pues, el objetivo es simple: encontrar el analogon de un texto en una sola imagen. La imagen no sólo debe atraer al desconocido que la contempla en una librería, sino ser un lugar de reposo satisfactorio y no contradictorio tras la lectura del libro. En mi opinión, los comentarios de Calasso acerca de la factura de los libros de Adelphi son lo mejor de este libro, de lectura obligatoria para editores. Por concluir este apartado merece la pena recordar una anécdota que tiene que ver con Thomas Bernhard. Calasso pasó una velada con él tras una lectura en el Instituto Austriaco. Lo primero que dijo Bernhard fue "El director del instituto me ha dicho que la cama en la que dormiré es la misma cama en la que murió, hace unos meses, Johannes Urzidil". Tras decir esto calló. Cuenta Calasso: "Esa tarde Bernhard permaneció mudo hasta medianoche pasada. Después, provocado por alguien para que dijese algo, habló sin interrupción durante varias horas, contando una serie de historias delirantes y por lo demás macabras hasta el alba. ¿El argumento? Irlandeses, cementerios, pastillas, campesinos". Cuando llegó la hora de separarse, Calasso le mostró cómo había quedado el volumen de su Autobiografía editado por Adelphi. Bernhard lo observó atentamente y lo único que dijo fue: "el papel es bueno". Ni una palabra más. Sin embargo, muchos años después, apareció publicada en Austria In der Höhe con una portada que llamó la atención de Calasso: era muy parecida a la que habían escogido años atrás para la Autobiografía. Al parecer, se había escogido esa imagen de portada por expresa decisión del autor, Bernhard. Tan sólo había dicho: "el papel es bueno", pero había sabido valorar la écfrasis inversa de aquella elección de portada, y no había considerado necesario explicitar el elogio más que con ese gesto póstumo.

La huella del editor no deja de lado temas tan candentes como la edición digital y su repercusión en el mercado editorial actual. La visión de Calasso es más bien apocalíptica y sus reflexiones en torno al tema no tienen desperdicio cuando menciona el sueño americano de la biblioteca digital de Google, que pretende acumularlo todo en una amalgama sin distinción. Yo las comparto. "Analógico y digital son, ante todo, categorías fisiológicas, pertenecientes al funcionamiento del cerebro en cada instante". No el Liber Mundi de la mística medieval, sino el Liber Libri, algo más tenebroso según como se mire. No tenía razón Bacon cuando hablaba de veritas filia temporis. En ocasiónes bien podría ser, y así ha sido en otras ocasiones, error filius temporis. Al menos existen algunos elementos de la edición en tanto que forma que no podrán traspasarse jamás al ámbito digital. Otras cosas no lo sé, pero ay, pobres los grandes solitarios (aquí me arrodillo ante una fotografía de Leopardi).


                                                       


Bromas aparte, merece la pena reseñar, por último, la recopilación de textos que concluye el libro y que nos hablan de grandes editores europeos del siglo XX (por cierto, hay una pequeña, marginal mención a Herralde, Tusquets y Barral). Más que una fuente de conocimiento, estos textos son una invitación a explorar en catálogos editoriales próximos a Adelphi. Desde Kurt Wolff, que en su colección de libros negros (literalmente negros; una colección con un título muy sugerente: El día del juicio) publicó nada más ni nada menos que, consecutivamente, a Blei, Ehrenstein, Heym, Kafka, Trakl o Walser; hasta Peter Suhrkamp, descubridor de Hesse y Brecht (y valiente editor de la edición completa de los escritos de Walter Benjamin revisada por Adorno); pasando por Gallimard, Roger Straus o Luciano Foá, entre otros. Todos ellos puntos de partida para investigaciones posibles que enriquecerán, sin duda, al lector ávido de buena literatura y buen ensayo.

La huella del editor no va a ser traducido al español (ojalá me equivoque) porque más que un libro unitario es un compendio de textos que son apéndice de la explicación central de lo que es y pretende ser Adelphi, una editorial imprescindible en el panorama europeo del siglo XX y contemporáneo. Aunque no tengan pensado aprender italiano, no la pierdan de vista: para consultar su catálogo y servirse de él no es necesario dominar idiomas (por lo demás, pocas obras de su colección carecen de versión española, afortunadamente).


Víctor Balcells Matas


4 comentarios:

  1. Quizá no sea traducida al castellano (ojalá te equivoques), pero siempre nos quedará la traducción condensada que suponen reseñas como estas. Leer, como apuntaron Eco o Barthes, es, en cierta manera, traducir y se agradecen las lecturas que nos descubrís en este blog. Un saludo.

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  2. Gracias, Alba. Comentarios como el tuyo nos impulsan a seguir compartiendo libros y lecturas. Pronto, más descubrimientos literarios secretos. Un abrazo!

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  3. Este blog es maravilloso, para leer todos los días. Felicitaciones!

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  4. Finalmente fue traducido! Anagrama lo tiene

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